Tanto era su desprecio por todo, que un día volviendo borracho a su casa se detuvo frente a la majestuosa veleta en forma de gallo de la catedral de Quito. La observó y de sus palabras solo salieron barbaridades como «¡ese gallo es patético!», «¡Menuda broma de gallo!» o «Es más bien un gallito en vez de gallo».
Para sorpresa del caballero, el gallo tomó vida y se descolgó de la veleta, atacándole ferozmente. Le hizo heridas por todas partes y luego volvió a su posición original.
A la mañana siguiente, el hombre despertó con todas las marcas de picotazos y sangre por el cuerpo. No supo si fue verdad o producto de su imaginación por los efectos del alcohol, pero desde entonces no volvió a pasar por delante de la catedral ni abrió el pico para humillar a nadie más.
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