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La Leyenda del Tesoro de Atahualpa



Cuando Atahualpa fue capturado por los españoles, cuenta la historia que, con el afán de recobrar su libertad, les ofreció un cuarto lleno de oro y dos de plata.

Objetos de estos preciosos metales comenzaron a llegar a Cajamarca (donde se encontraba Atahualpa cautivo) en caravanas de indígenas que venían de diferentes partes; sin embargo, debido a la grandeza del imperio Inca, la entrega del codiciado rescate demoraba.

Corría el rumor entre los captores de que el ejército del General Rumiñahui se acercaba para matar a Francisco Pizarro y los demás conquistadores, a quemar todo y liberar a Atahualpa.



A tanto llegó el temor que, ocho meses después de la captura, el Inca fue asesinado. Se conoce que Pizarro se llevó la mayor parte del botín recaudado, pero no se sabe a ciencia cierta qué sucedió con el resto del rescate prometido, con las caravanas de oro y plata que iban en camino hacia Cajamarca. Al parecer, Rumiñahui pudo ocultar el rescate.

Tras la muerte de Atahualpa, Pizarro se dirigió hacia el Cuzco y Sebastián de Benalcázar y se encontró con una ciudad saqueada e incendiada. Después de ocuparla, siguió el rastro de Rumiñahui que, según cuentan las crónicas, se encontraba en las peñas de los altos de Píllaro, cerca de los Llanganates.

Finalmente lo capturaron y lo quemaron en la plaza principal de Quito, pero no lograron conocer en dónde se encontraba escondido el tesoro. Hasta ahora no se sabe qué ocurrió con el tesoro de Rumiñahui, pese a las continuas expediciones que se han realizado

En Ecuaventura, hablan así sobre la leyenda:


“…Las 219.707 hectáreas que tiene el parque nacional Llanganates siempre están cubiertas por un velo de misterio que se remonta a la época de la Conquista española en América.

Juan Chicaiza, de 73 años y morador de la parroquia San José de Poaló, aún recuerda la historia del tesoro escondido de Atahualpa.

“Mi bisabuelo siempre nos contaba cuando el general Rumiñahui decidió ir a los Llanganates a esconder el oro. Nadie sabe dónde está, nadie”, manifestó.

La historia nace en la Conquista española. En 1532, cuando Atahualpa es secuestrado en Cajamarca, él ofreció pagar un cuarto lleno de oro para recuperar su libertad.

El encargado de recopilar el metal fue Rumiñahui, quien pagó parte del rescate y al enterarse de la muerte del caudillo inca, escondió el resto.

Chicaiza no recuerda esos detalles de la historia, solo lo que su bisabuelo le contó.

“Nos dijo que los indígenas, en esa época, desviaron el río Milín para aprovechar las aguas y sembrar. Cuando Rumiñahui llegó con el oro, ocultó a las mujeres en las casas y destruyó la represa para inundar el camino y así evitar que los españoles cruzaran”, dijo.

Luego emprendió el camino hacia los Llanganates para esconder el oro.

Los moradores de San José de Poaló aseguraron que la cumbre más alta tiene 4.571 metros sobre el nivel del mar (msnm), donde existe un cráter que está lleno de agua y es allí donde está el tesoro.

La cordillera era una de las vías de comunicación y comercio más antiguas y estratégicas que existieron entre las hoyas interandinas y la Amazonia, como lo demuestran los hallazgos arqueológicos.

El nombre Llanganates proviene de la voz quichua llanganati o cerro hermoso. Los antiguos habitantes la bautizaron así por la apariencia de las cumbres cuando el sol de la tarde las ilumina.

Miguel Álvarez, también morador de San José de Poaló, dijo que fracasaron todas las expediciones que intentaron hallar el oro de Atahualpa, oculto en los Llanganates.

“Por acá llegaron estadounidenses, franceses, italianos y todo tipo de extranjeros, pero no lograron el objetivo”, expresó.

Sin embargo, Edwin Cortez, alcalde de Píllaro, aseguró que hace 30 años una expedición de estadounidenses llevó enormes cajas vacías a los Llanganates.

“Nadie sabe con qué regresaron, si eran plantas, animales o el tesoro de Atahualpa, es un misterio”, expresó.

Álvarez no conocía de esa versión, a pesar que todas las excursiones siempre salieron de San José de Poaló….”

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